jueves, 24 de mayo de 2007

la crisálida.

Érase una vez una oruga. Había nacido en un lugar de envidiable hermosura, un ¨paraíso natural¨. Su madre la había dejado en una flor única, muy cerca del Mar. Tenía puestas todas sus esperanzas en su pequeña oruga, y con su experiencia intentó darle todas las facilidades para allanarle el camino, situándola en aquel entorno. Era consciente de que aunque quisiera que fuera diferente, su ayuda terminaba allí y la oruga tendría que trazar su camino.
Los genes le habían dado fortaleza, de modo que ningún parásito le entorpeciese, y en su paraíso nunca le faltaron las especies de plantas que necesitaba para alimentarse. Así fue creciendo, a la par que otras orugas, sin destacar demasiado porque tampoco lo pretendía. Pero llegó un momento que el crecimiento de las otras era más evidente.
Nuestra oruga siempre había imaginado qué tipo de mariposa sería. Sabía que no era imposible, que tenía capacidad para ello incluso siendo consciente de sus limitaciones. Y sabía que volaría de un lado a otro, para conocer otros parajes, otras flores. Contar a las nuevas compañías como era la realidad de su paraíso y descubrir otros nuevos. Pero lo que hacía en su vida cotidiana al llegar a las nuevas flores exóticas no le llenaba.
Sus compañeras tenían una evolución más y más rápida... y ella notaba como se quedaba atrás, como llegaba el momento del cambio para muchas de ellas y ella lo esperaba con muchísima ansiedad. Como si fuera a solucionar sus problemas. Cuando todas ellas estaban ya saliendo de su metamorfosis ella seguía siendo oruga.
La naturaleza, sabia como siempre, hizo que una plaga arrasara con todas las flores que servían de alimento a nuestra protagonista... ésta lo intuyó y antes de comer se vio en una situación de crisis, de la que dependía su supervivencia. Así, recordó su paraíso, y emprendió su camino hacía allí con las fuerzas que le quedaban. Al llegar a su Mar vio con perspectiva lo ocurrido y con claridad la necesidad de cambios que en su corta vida harían desviar el curso de ésta.
Fue entonces, en su casa, donde llegó el momento de esa metamorfosis, y durante ese tiempo de cambios la oruga pasó a estar sin definir.
Su indefinición, la CRISÁLIDA, fue sufriendo cambios con el tiempo y de una forma lógica y progresiva que era imposible de ver antes de meterse en aquel capullo que ella misma había construido para tal fin.
La mariposa que de allí salió no era exactamente la que la oruguilla imaginaba, ni la que su madre habría dibujado en sus planes... pero se había creado a sí misma. Y lo más importante, había mantenido su esencia, lo cual se podía ver en el increíble colorido de sus alas. Éste, como bien es sabido, no se debe a pigmentos sino a interferencias; y las que la nueva mariposa había retenido habían sido siempre las que le rodeaban en el paraíso de su madre.

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