martes, 29 de mayo de 2007

martes de campo.

No es el atardecer en Río, es el Santón del Naranco. Cada generación tiene su propio lugar reservado para el martes de campo, y el mío en su día era éste. No soy muy asidua de las ¨fiestas de prao¨ pero era uno de los mejores días del año.
Con un bollu preñau quedábamos temprano para subir al Naranco. Era todo un ritual porque cada año se repetía lo mismo. A. proponía subir en taxi, pero el día se tenía que vivir al completo. De todos modos no había ninguna necesidad de intentar coger un ¨atajo¨, que nunca funcionó como tal y acabábamos trepando entre la maleza. Después de la aventura campestre, llegábamos a la ladera donde estaba todo el mundo ( al menos el que esperábamos encontrar). Y allí, sin saber cómo, siempre salía el sol durante un rato, que nadie se esperaba por ser mayo y estar en Asturias...pero salía.
Conseguíamos la sidra en el único bar (mítico) que había ya arriba, y lo que pasaba en el tiempo que estábamos allí no es para contarlo en este momento... Llegaba el punto que también era de esperar, la lluvia presente en toda fiesta que se precie en el principado. Ésta nos echaba de allí, pero esta vez en hilera y por la carretera, nada de atajos.
La fiesta seguía en el antiguo... después de una migración masiva de mochileros ya cansados pero que no estaban dispuestos a irse a casa todavía.
Al día siguiente se veía claramente quién había salido, porque íbamos todos a clase con la cara quemada...y por supuesto mil anécdotas. Eso sí, siempre había examen de química ese miércoles.
Yo recuerdo mis martes de campo como irrepetibles, como una tradición con aventura. El último fue cuando tenía 18 años, pero no me arrepiento de no estar porque como ya dije, el Naranco está reservado para esa generación y ahora no sería lo mismo.

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